Presentación

Cümen está conformado por un equipo de salud que integran profesionales de diferentes áreas. Fundamentalmente psicólogos, psicopedagogos, terapista ocupacional, obstétrica maestra especial y fonoaudióloga.
Este equipo realiza un abordaje integral de la persona y la familia con el objetivo de promover y favorecer la salud.

lunes, 5 de marzo de 2012

Silvia Bleichmar por Luis Horstein

Historizar en psicoanálisis e historizar el psicoanálisis
Silvia Bleichmar afrontó múltiples problemáticas, lúcidamente, lúdicamente. Uno de sus ejes es la fundación de la subjetividad a partir del otro primordial. Explora la represión originaria y su relación con los movimientos previos y posteriores que la fundan y consolidan. Esa historia acontece en tiempos reales y sus falencias repercutirán de diversa manera en la constitución psíquica. El niño se protege creando representaciones simbólicas. En tanto la madre, por su propia angustia, no pueda ser escudo protector contra la excitación, habrá fragilidad en la organización psíquica. El “cachorro” metaboliza los “ruidos” del cuerpo de la cultura, de la historia, del lenguaje. Una historia no reductible a la historia de la especie.
Intrépida, más que intrépida psicoanalista, Silvia no se asustó con los bordes de la clínica, los bordes de la teoría, las fronteras lábiles. Los pensó como fundantes. Elaboró sus propios conceptos situando con precisión sus debates principales: con el innatismo kleiniano, con el estructuralismo lacaniano, con el reduccionismo nosografista, con un pragmatismo del “todo vale”. Y así promovió una limpieza de paradigmas:
“Gran parte de la inteligencia psicoanalítica está trabada por el engorro de paradigmas que ya no sostienen su racionalidad ni teórica ni práctica, a los cuales hay que dar vuelta para que se tornen nuevamente fecundos”. 
Propuesta que la llevó a sumergirse en el horizonte epistemológico contemporáneo: la complejidad, el azar y el determinismo, lo reversible e irreversible, los sistemas abiertos o cerrados. Y entonces pudo pensar la historia como producto de tiempos reales, destinado a una historización posterior. La cura resimboliza lo traumático a partir de una descomposición y recomposición que liga de un modo diverso las inscripciones previas. Una historia no lineal sino recursiva.
Nunca “creyó” que lo infantil es como una matriz, que sólo lo inicial permanece y a que las experiencias posteriores, a veces intensísimas, les estuviera prohibido ser fundantes. Ahí la asistió la noción de psiquismo como sistema abierto. Lo actual fue tomando otro lugar, en su teoría y en su clínica. Un bucle autoorganizador reemplaza la linealidad causa-efecto por la recursividad. Los productos son productores de aquello que lo produce.
La historia (la historia social o la del paciente) no es una estructura inmutable ni un caos de acontecimientos aleatorios, aunque nos dé trabajo atender a lo que a la vez permanece y cambia. La crítica al determinismo la condujo a repensar las series complementarias. Postular un determinismo causal absoluto implica postular que todo fenómeno puede ser predicho. Un fatalismo determinista. En esta analista libre de esos prejuicios, la creación, lo nuevo, son posibles y no meras expresiones de deseo. Una subjetividad que no pudiera transformarse estaría condenada a una clausura mortífera.
Hubo, sí, una concepción ingenua de la historia. ¿Aboliremos por eso toda forma de pensamiento histórico? Para los psicoanalistas la historicidad supone una subjetividad capaz de pensar (y crear) su presente, su pasado y su futuro.
Para algunos, historizar en psicoanálisis es ofrecer al paciente un relato verosímil, coherente, que corre el riesgo de ser sólo una elaboración secundaria, una proyección de la teoría del sujeto a este sujeto, una fantasía del analista. Otros analistas se dejan afectar por las  huellas de ese pasado concreto, no se las sacan de encima. Son imaginativos en su manera de reunir el material, pero no imaginan el material, no lo inventan. Están atentos a cómo desde el comienzo de la vida el sujeto enfrentó ciertos duelos, privilegió ciertos mecanismos de defensa, tramó una realidad vincular. Y entonces sí esbozan una nueva versión.
Verdad histórica. Se pueden diferenciar dos posiciones. Una concibe la construcción como develamiento de una verdad preexistente sepultada por la amnesia infantil, una recuperación del pasado en la cual nada nuevo se produce. La otra posición sostiene que la verdad histórica se construye partiendo de las inscripciones del pasado, pero que es el trabajo compartido paciente-analista el que generará –apoyándose, desde luego, en esas huellas- nuevas simbolizaciones. Para que lo verosímil devenga verdadero debe recomponer lo histórico-vivencial en un proceso elaborativo que abra nuevos modos de circulación entre los sistemas psíquicos. Si bien la verdad histórica no estaba “contenida” en el inconsciente, éste contiene las inscripciones del pasado a partir de las cuales se elaborará la verdad histórica (Bleichmar, 1990).
La subjetividad no se crea de la nada, implica inscripciones, ligazones. Estos movimientos fundantes fueron precisamente el centro de la investigación de Silvia. La sexualidad se afirma incipientemente en la autoconservación, pero su objeto es el objeto perdido y fantaseado. El autoerotismo remite a esa dimensión fantasmática: el objeto es abandonado y se produce un vuelco hacia la fantasía. El autoerotismo es un estado secundario, primario para la sexualidad, pero no para el ser humano, ya que presupone un vínculo con otro que cuida. La pulsión es efecto de la intrusión sexualizante del otro, desprendida de la biología y enraizada en una historia singular.
El otro está siempre en el horizonte, sea como instituyente de la sexualidad, sea como propiciante de las ligaduras simbolizantes. Paradoja materna: alivia la necesidad introduciendo la sexualidad, una sexualidad abierta a incontables simbolizaciones. Las funciones sexualizantes y narcisizantes de la madre como premisas de partida de los sistemas psíquicos del niño ubican al narcisismo como tiempo segundo de la sexualidad humana, tiempo abierto, a su vez, sobre el Edipo complejo y las instancias ideales que de él derivan (Bleichmar, 1993).
El yo se constituye sobre la base de las ligaduras entre sistemas de representaciones preexistentes. En los comienzos de la vida es el otro el que produce inhibiciones y propicia ligaduras del decurso excitatorio. Otro que no sólo provee los recursos para la vida sino que inscribe estos recursos en su potencialidad de “pulsión de vida”. Si la madre no ejerciera un “narcisismo trasvasante”, si se redujera a una pulsación sexualizante, instalaría la pulsión pero no otorgaría los elementos ligadores ni generaría el entramado sobre el cual la represión originaria vendrá a constituir las diferencias tópicas. Para que la represión se instaure se requiere un narcisismo materno capaz de hacer circular al hijo en tanto parte, parte desprendida de ella misma. Mediante esa identificación se generan las condiciones para la producción de un psiquismo abierto a nuevas recomposiciones (Bleichmar, 1993).
Silvia también actualizó, puso al día, la teoría de la constitución masculina. Por ejemplo, diferenció entre fantasmas de masculinización y fantasías homosexuales. La producción de masculinidad supone una introyección fantasmática anal del pene paterno. Se pueden distinguir tres tiempos: 1) Identidad de género: núcleo del yo. 2) Descubrimiento de la diferencia sexual que se divide en el fantasma de incorporación del pene paterno y valoración fálica del pene por la madre. 3) Al ser hombre: un proyecto identificatorio que implica identificaciones secundarias.
De la curiosidad a la inteligencia
El pensamiento, demasiado asociado a la noción de intelectualización como mecanismo obsesivo, pocas veces es pensado por el psicoanálisis. La mayoría de los artículos equiparan la intelectualidad con la intelectualización neurótica o casi no se alejan de ese punto de partida. Silvia fue más lejos. Lo intelectual implica una búsqueda infantil y primitiva derivada hacia objetos actuales. La pulsión de saber está marcada por aquello que desde la infancia dejó como efecto un diálogo interiorizado con quienes supusieron detentar el sujeto supuesto saber. Y es posible diferenciar entre la racionalización intelectualizante y el pensamiento creativo. Nos era conocida la racionalización, cuando el placer manipulatorio de las ideas procede del evitamiento fóbico de lo pulsional que defiende al yo contra la irrupción incontrolada (no sólo del afecto, también del pensamiento). Silvia exploró otra frontera, la del pensamiento libre.
La inteligencia no está en contigüidad con la naturaleza. Su poder no es tanto el de recrear la realidad como el de reinventarla. Comienza temprano, el primer día. La curiosidad infantil intenta responder a la pregunta acerca del origen. Además de leche y sueño, la psiquis pide sentido; necesita organizar todo aquello que se presenta desordenado. Esa temporalización va siempre acompañada con la socialización de la psiquis, que le brinda un mundo cada vez más diferenciado y que la obliga a reconocerlo. La madre, en tanto acepta la alteridad del niño, inviste el pensamiento de su hijo. Y hay un placer de pensar, siempre y cuando el pensamiento aporte la prueba de que no es la simple repetición de un ya pensado.
La curiosidad no es natural sino producto de la inclusión del tercero, que opera como discriminador-separador. Para que el niño formule sus preguntas tiene que haber un resquicio por donde la intimidad materna se transforma en alteridad, y así como la obturación de toda curiosidad una vez despertada puede llevar a la inhibición intelectual, la no aparición de esa abertura impide la aparición de toda curiosidad (Bleichmar,1986).
La pulsión de saber está sostenida por la pulsión visual y los intereses egoístas. Primer engaño y rechazo. Desconfianza. La sensación de no ser un “niño bueno”. Conflictos mil. En el mejor de los casos, no siempre, de los conflictos nace la autonomía intelectual, el pensar se emancipa y deviene pulsión de investigar. El primer desafío del niño es pensar desde su cuerpo (teorías sexuales infantiles), enfrentando al discurso de los adultos. (Y sin abusar mucho de la analogía, el primer desafío de los psicoanalistas es pensar desde ese “cuerpo” que es su práctica, enfrentando los discursos “prestigiosos”.)
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