Presentación

Cümen está conformado por un equipo de salud que integran profesionales de diferentes áreas. Fundamentalmente psicólogos, psicopedagogos, terapista ocupacional, obstétrica maestra especial y fonoaudióloga.
Este equipo realiza un abordaje integral de la persona y la familia con el objetivo de promover y favorecer la salud.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Los procesos de estigmatización y sus consecuencias



Un fenómeno complejo y multidimensional
Aunque en una primera aproximación, resaltada por el uso de un término
común, resulta fácil pensar en un fenómeno unitario, un análisis más detallado
muestra como siempre una mayor complejidad, que hay que tener en cuenta para
enfrentarse al tema y que se refleja también en la variada terminología utilizada:
«estigma», «actitudes sociales», «estereotipo», «discriminación», etc. Merece la
pena detenerse un poco más en lo que la Psicología Social y la Sociología pueden
decirnos al respecto (8; 10; 20; 29-30; 32-39).
En primer lugar, y como sucede con los fenómenos sociales que intentamos
conceptualizar bajo el término «actitudes» (29; 30; 32; 34; 38-39), encontramos
aquí componentes cognitivos, afectivos y conductuales, diferenciados pero interrelacionados y que hacen referencia básicamente a cómo clasificamos o categori-
(46) 46 M. López, M. Laviana, L. Fernández, A. López, A. M. Rodríguez y A. Aparicio
ORIGINALES Y REVISIONESzamos personas o cosas en términos de «bueno/malo», «deseable/indeseable» y
«aproximable/rechazable» (32). En concreto, en el caso de las actitudes vinculadas al estigma social (10; 17; 20), podemos distinguir a ese respecto entre: a)
«Estereotipos», conjunto de creencias, en gran parte erróneas, que la mayoría de
la población mantiene en relación con un determinado grupo social y que condicionan (sesgan) en gran medida la percepción, el recuerdo y la valoración de
muchas de las características y conductas de los miembros de dicho grupo.
b)  «Prejuicios», predisposiciones emocionales, habitualmente negativas, que la
mayoría experimenta con respecto a los miembros del grupo cuyas características
están sujetas a creencias estereotipadas. c)  «Discriminación», o propensiones a
desarrollar acciones positivas o negativas, habitualmente medidas en términos de
distancia social deseada, hacia dichos miembros.
Los tres aspectos van unidos y se refuerzan mutuamente, sin que esté clara la
línea de influencia de unos y otros. Parecería que los estereotipos se aceptan en la
medida en que coinciden con los prejuicios emocionales y es entonces cuando
generan discriminación en la conducta, pero las relaciones de causalidad son en
gran medida circulares, con refuerzos múltiples (32; 34). Aunque, no obstante y
para hacer más compleja la situación y mostrar, por otro lado, lo poco que sabemos todavía al respecto (32), la información disponible señala que no siempre
resultan totalmente congruentes entre sí, ni siempre determinan de manera directa la conducta real (20; 32; 34; 37).
Pero, además, cuando hablamos de  discriminación, hemos de diferenciar
también lo que podemos entender como «propensión a la acción» o «distancia
social deseada», de las acciones reales o conductas efectivamente discriminatorias
hacia los miembros del otro grupo (21). Pero también y más allá de las dimensiones interpersonales, de lo que, desde la Sociología, denominamos «discriminación
estructural» (8; 20; 41-42), que se refleja en políticas públicas, leyes y otras disposiciones prácticas de la vida social, sobre la base de las actitudes prevalentes y
que, de forma más o menos intencionada o explícita (41), juega un importante
papel, tanto por sus repercusiones directas sobre las personas estigmatizadas como
por su refuerzo general al proceso (20; 41-42).
En cualquier caso, la distinción entre esos diferentes aspectos es clave, ya
que solemos dar más importancia a los componentes cognitivos de las actitudes y
tendemos a pensar que pueden cambiarse básicamente con información, lo que
resulta en la práctica excesivamente simplista cuando no claramente desenfocado
(34; 37): tanto las tres dimensiones de las actitudes como las conductas derivadas
y la discriminación estructural son importantes y requieren intervenciones especí-
ficas, como luego veremos.
La lucha contra el estigma y la discriminación en salud mental 47 (47)
ORIGINALES Y REVISIONES
I.1.1. Un fenómeno socialmente funcional pero con «efectos secundarios»
Probablemente estamos aquí frente a un fenómeno universal (17) que
guarda relación con los procesos de categorización social (29; 34-39), con
bases tanto biológicas como psicológicas y sociales (37), y que simplifica y
resume de manera básicamente eficiente (20) información muy diversa y compleja, con una función inicialmente defensiva para la sociedad y/o sus grupos
sociales mayoritarios (19; 20; 31; 34-37); además de fomentar la cohesión de
la mayoría social, ayuda por ejemplo a identificar «a primera vista» amigos y
enemigos probables. Aunque sea a costa de simplificar en exceso la visión y
generar por ello complicaciones añadidas, tanto a las personas afectadas, que
ven menoscabados sus derechos y deteriorada su situación, como al conjunto de
la sociedad, que se priva así de aprovechar las potenciales contribuciones de la
minoría excluida.
Se asocia por tanto a rasgos simples, fácilmente identificables (rasgos físicos, aspecto, conductas, etc.) que relaciona con tipos de personas que pueden
considerarse potencialmente peligrosas: extranjeros, enfermos, delincuentes,
etc. El ya citado análisis de Goffman (33) diferenciaba en principio tres tipos de
«marcas», según derivasen de defectos físicos, «defectos de carácter» o de factores étnicos o «tribales». Clasificación que podría actualizarse hablando de rasgos físicos, psicológicos y socioculturales como tres categorías o dimensiones
claramente identificables en los distintos tipos de estigma (40). Y que pueden
darse además simultáneamente en una misma persona, generando discriminaciones «duales» o múltiples (21): mujer, inmigrante, de orientación homosexual,
con enfermedad mental y alguna otra enfermedad o defecto físico, por poner un
ejemplo, no tan extremo como parece.
I.1.2. Un fenómeno complejo y multidimensional
Aunque en una primera aproximación, resaltada por el uso de un término
común, resulta fácil pensar en un fenómeno unitario, un análisis más detallado
muestra como siempre una mayor complejidad, que hay que tener en cuenta para
enfrentarse al tema y que se refleja también en la variada terminología utilizada:
«estigma», «actitudes sociales», «estereotipo», «discriminación», etc. Merece la
pena detenerse un poco más en lo que la Psicología Social y la Sociología pueden
decirnos al respecto (8; 10; 20; 29-30; 32-39).
En primer lugar, y como sucede con los fenómenos sociales que intentamos
conceptualizar bajo el término «actitudes» (29; 30; 32; 34; 38-39), encontramos
aquí componentes cognitivos, afectivos y conductuales, diferenciados pero interrelacionados y que hacen referencia básicamente a cómo clasificamos o categori-
(46) 46 M. López, M. Laviana, L. Fernández, A. López, A. M. Rodríguez y A. Aparicio
ORIGINALES Y REVISIONESCuadro 1
Componentes cognitivos, emocionales y conductuales relacionados con el «estigma público»
y el «auto-estigma» en personas con enfermedad mental (10; 17)
ESTIGMA PÚBLICO AUTO-ESTIGMA
Estereotipo
Prejuicio
Discriminación
Hay que señalar también que la investigación psicológica y sociológica identifica diferentes estrategias para manejar las dimensiones personales del estigma
(su internalización o «auto-estigma») (10; 17), poniéndose últimamente el acento
en las posibilidades de autoafirmación (empowerment), que permiten a una minoría de las mismas, en conexión con factores personales pero también grupales,
hacer frente a las negativas consecuencias del proceso (10; 45).
I.1.4. La evolución de las actitudes sociales
Un problema igualmente complejo y no bien conocido, pero de evidente interés, es el del cambio de las actitudes sociales, proceso difícil dada su resistencia
habitual (20; 34; 39), y en el que los componentes cognitivos pueden modificarse
con información, pero sus repercusiones en la conducta suelen ser escasas y de
poca duración, dado el peso de los componentes emocionales y conductuales, así
como el de las disposiciones sociales («estigma estructural») (17; 20; 32; 34; 37;
41). En general son necesarios procesos complejos de información, interacción
social y modificación estructural para que el cambio sea real y sostenido (37).
En lo que respecta a las estrategias generales de lucha contra el estigma,
desde la Sociología se señalan tres entre las más habituales: la protesta, la educación y el contacto social (10; 17; 20; 31). La primera parece tener por sí misma
una efectividad inicial, pero suele perder peso a largo plazo, además de incluir
riesgos de inducir fenómenos de «rebote», siendo las otras dos y especialmente la
última las más prometedoras (14; 20), en concordancia con investigaciones psicoLa lucha contra el estigma y la discriminación en salud mental 49 (49)
ORIGINALES Y REVISIONES
I.1.3. Los procesos de estigmatización y sus consecuencias
Por otro lado, la asociación de este complejo de actitudes a personas y grupos concretos tiene lugar a través del denominado «proceso de estigmatización»
(stigma process) (8; 17; 20; 31; 35; 43) que básicamente supone un conjunto de
pasos más o menos sucesivos: a) La distinción, etiquetado (labeling) e identificación de una determinada diferencia o marca que afecta a un grupo de personas. b)
La asociación a las personas etiquetadas de características desagradables, en función de creencias culturales prevalentes. c) Su consideración como un grupo diferente y aparte: «ellos» frente a «nosotros». d) Las repercusiones emocionales en
quien estigmatiza (miedo, ansiedad, irritación, compasión) y en quien resulta
estigmatizado (miedo, ansiedad, vergüenza), frecuentemente menospreciadas pero
de gran trascendencia en el refuerzo del proceso y en sus consecuencias sobre la
conducta, según los modelos de atribución causal (35; 43; 44). e) La pérdida de
estatus y la discriminación que afecta consecuentemente a la persona o grupo
estigmatizado, dando lugar a resultados diferentes y habitualmente desfavorables
en distintas áreas. f) La existencia de factores o dimensiones estructurales que
tiene que ver en último término con asimetrías de poder (17; 20; 41), sin las cuales el proceso no funcionaría o, al menos, no con la misma intensidad ni con las
mismas consecuencias para las personas afectadas.
En general este conjunto de actitudes tiene consecuencias negativas para las
personas objeto de estigmatización, incluyendo, en la terminología de Goffman,
tanto las ya «desacreditadas» como las potencialmente «desacreditables», es decir
aquellas que no han sido todavía identificadas de manera pública, pero saben que
pueden serlo en el momento en que se conozca su condición (33). En las primeras, promoviendo directamente lo que denominamos «distancia social» o rechazo
(21; 31; 33) (no las aceptaríamos como amigos o amigas, vecinos o vecinas,
empleados o empleadas, maridos, esposas, nueras o yernos, no nos gustaría que
fueran a la escuela con nuestros hijos e hijas, etc.), lo que restringe derechos y
oportunidades, al funcionar como barrera en el acceso a la vida social plena y a los
servicios de ayuda que necesitaran. En las segundas, generando conductas de evitación (10; 17; 33). En ambos casos, produciendo desagradables y nocivas repercusiones sobre la autoestima y la conducta personal y social, como veremos luego
en el caso de las personas con enfermedad mental.
A este respecto, el cuadro 1 permite resumir, en el caso de estas personas, los
tres componentes clásicos, tanto en los aspectos «públicos» (población general)
como en los relativos a las personas estigmatizadas.
(48) 48 M. López, M. Laviana, L. Fernández, A. López, A. M. Rodrí

Por otro lado, la asociación de este complejo de actitudes a personas y grupos concretos tiene lugar a través del denominado «proceso de estigmatización»
(stigma process) (8; 17; 20; 31; 35; 43) que básicamente supone un conjunto de
pasos más o menos sucesivos: a) La distinción, etiquetado (labeling) e identificación de una determinada diferencia o marca que afecta a un grupo de personas. b)
La asociación a las personas etiquetadas de características desagradables, en función de creencias culturales prevalentes. c) Su consideración como un grupo diferente y aparte: «ellos» frente a «nosotros». d) Las repercusiones emocionales en
quien estigmatiza (miedo, ansiedad, irritación, compasión) y en quien resulta
estigmatizado (miedo, ansiedad, vergüenza), frecuentemente menospreciadas pero
de gran trascendencia en el refuerzo del proceso y en sus consecuencias sobre la
conducta, según los modelos de atribución causal (35; 43; 44). e) La pérdida de
estatus y la discriminación que afecta consecuentemente a la persona o grupo
estigmatizado, dando lugar a resultados diferentes y habitualmente desfavorables
en distintas áreas. f) La existencia de factores o dimensiones estructurales que
tiene que ver en último término con asimetrías de poder (17; 20; 41), sin las cuales el proceso no funcionaría o, al menos, no con la misma intensidad ni con las
mismas consecuencias para las personas afectadas.
En general este conjunto de actitudes tiene consecuencias negativas para las
personas objeto de estigmatización, incluyendo, en la terminología de Goffman,
tanto las ya «desacreditadas» como las potencialmente «desacreditables», es decir
aquellas que no han sido todavía identificadas de manera pública, pero saben que
pueden serlo en el momento en que se conozca su condición (33). En las primeras, promoviendo directamente lo que denominamos «distancia social» o rechazo
(21; 31; 33) (no las aceptaríamos como amigos o amigas, vecinos o vecinas,
empleados o empleadas, maridos, esposas, nueras o yernos, no nos gustaría que
fueran a la escuela con nuestros hijos e hijas, etc.), lo que restringe derechos y
oportunidades, al funcionar como barrera en el acceso a la vida social plena y a los
servicios de ayuda que necesitaran. En las segundas, generando conductas de evitación (10; 17; 33). En ambos casos, produciendo desagradables y nocivas repercusiones sobre la autoestima y la conducta personal y social, como veremos luego
en el caso de las personas con enfermedad mental.

Hay que señalar también que la investigación psicológica y sociológica identifica diferentes estrategias para manejar las dimensiones personales del estigma

(su internalización o «auto-estigma») (10; 17), poniéndose últimamente el acento
en las posibilidades de autoafirmación (empowerment), que permiten a una minoría de las mismas, en conexión con factores personales pero también grupales,
hacer frente a las negativas consecuencias del proceso (10; 45)

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